lunes, 9 de julio de 2007

¿Qué quedó de aquel Sacramento?

Queridos hijos:

A menudo me pregunto qué quedó de aquel Sacramento entre vuestra madre y yo. Sigo pensando que la unión sacramental es algo profundísimo que las palabras humanas no pueden alcanzar a explicar porque esta unión viene de Dios.
A estas alturas ya no lo sé.
Siento, hijos míos, ¡y no sabéis cuánto lo siento!, que no recé quizás lo suficiente y no imploré a Dios Nuestro Señor el hacer efectivas y eficientes las Gracias que ese Sacramento tiene prometidas cuando las cosas iban mal en nuestro matrimonio. Y de eso, hijos míos sí que me culpo. No supe –desde este punto de vista- ser un buen marido. Recé, sí, pero quizás no lo suficiente.
Ahora hay una anulación pendiente. Dios dirá.
Siento que he fallado como marido por no haber intercedido más ante Dios por vuestra madre y por vosotros. Estoy convencido de que para ser un buen padre hay que ser un buen marido primeramente. Por esto, por no haber utilizado más los medios sobrenaturales, os pido perdón, hijos míos. Hubiera querido siempre que vuestra infancia fuese una infancia feliz en compañía de vuestros padres.
Es más, aunque sé que en el plano humano tenía razón (y ya os mostraré a su debido momento la evidencia de ello), el no haber sobrenaturalizado suficientemente mis problemas hizo, o es posible que hiciera, que nuestro matrimonio saltara por los aires. Aunque mamá haya podido tener su parte de culpa directa en todo ello yo era el cabeza de familia y, por tanto, responsable indirecto.
Creo que ya no hay mucho que hacer. El dolor me acompaña de continuo y no me lo puedo sacar de encima. Pienso que es una justa penitencia que así sea.
Nada puedo hacer por revertir y cambiar el pasado. ¡Ojalá pudiera! Ahora sí que rezo un poco más por vosotros. Al menos que siga rezando para que Dios supla en todo lo que yo os falto.
Soy yo quien os pide perdón ahora por no haber hecho toda la oración, el ayuno y el sacrificio que debí hacer para intentar salvar nuestra familia. Espero que me perdonéis y, sobre todo, que Dios me perdone.
Un beso y un abrazo muy fuerte, hijos míos,

Papá

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