miércoles, 26 de diciembre de 2007

24 de diciembre del 2007

Queridísimo Niño Jesús:

Hoy estás aquí, en el Belén. Tu Santísima Madre te atiende y tu padre te mira embelesado. Eres pequeño, eres niño. Ni siquiera Tú, que podías hacer todo por Ti mismo, quisiste prescindir de un padre. Estoy seguro, segurísimo, que cuando creciste no sólo te dejaste abrazar y querer y dirigir por tu padre. No sólo querías que fuese así, sino que gozabas con que así fuera.
Me admira tu padre, Niño Jesús. San José es fuerte y es bueno, muy bueno. Sé que el Espíritu Santo le inspiró, claro está. No lo tuvo fácil cuando tuvo que salir escapando de que te mataran camino de Egipto con tu Madre y contigo a lomos de un burro. Me imagino a tu padre enseñándote los artes y secretos de la carpintería. Tengo por cierto que era un formidable carpintero, como lo fuiste tú, educado por él. Tu padre, si bien no-biológico, te dio su ser al darte su espíritu con su educación y cuidados. No hubo en nada en que San José no se prodigara contigo. Dicen incluso que cuando tu padre murió lo hizo en tus brazos y confortado por ti. ¿Acaso puede pedir más un padre que morir rodeado de sus hijos y confortado por su vista y presencia?
Hoy, Niño Jesús, hace 7 semanas que fue la última vez que supe de mis hijos. No sé si están bien. Tampoco sé si han tenido un catarro o se lo han pasado bien en la nieve. No sé cómo les ha ido en la escuela en este trimestre. No sé nada. Les escribo, pero sospecho que ellos tampoco saben de mí. Quizás mis cartas no les lleguen. Ni siquiera me han facilitado un número de teléfono para llamarles. Y no te voy a contar nada de las penosas condiciones en que tengo que verles –cuando les veo- porque Tú lo sabes mejor que nadie.
No te oculto, Niño Jesús, que me da miedo pensar en los corazones de tu Madre y de tu padre el día que los “perdiste”, cuando te quedaste predicando en el Templo. Sé que tenías que hacerlo, vale. Pero durante tres días el corazón de tu padre, y el de tu Madre, estuvieron encogidos, muy encogidos. Fueron tres días muy duros para ellos. Bueno … yo llevo ya siete semanas, y bien sabes que no soy tan fuerte como ellos. Ya sé, también, que las cosas tienen que ser así. Que tu Santísima Voluntad dispone que así sean o, por mejor decir, que permite que así sean. Y sé que eres capaz sacar bien de mal. Pero eso no quita ni un ápice lo muy encogido que está mi corazón. Y, te repito, yo no soy nada comparado con tu Madre y con tu padre.
¿Sabes, Niño Jesús, cómo estoy de solo y de huérfano sin mis hijos aquí, alrededor de tu Belén? ¿Sabes lo que me duele no poderte rezar juntos aquí? ¿A que no te haría ni pizca de gracia que te quitase ese padre que te mira y que te cuida, que te ama y que se deleita en ti, que te protege y que te educa? Tranquilo. No voy a quitar a San José del Belén. Bien sabes que este año le he puesto todo lo más cerca que podía de Ti y de tu Madre. Para que seáis una familia más unida, si cabe. Como si acaso no lo fueseis ya.
Yo soy un pastor, el último de los pastores, solitario y aterido. El más inepto de todos, sin duda. Y te vengo a adorar. Solo, tiritando, me acerco a Ti. Tengo las manos vacías y ni siquiera puedo ofrecerte las lágrimas de mis ojos porque hace tiempo que se secaron mis lágrimas. Perdóname. No tengo nada. Bueno … tengo un corazón encogido y roto. Quizás eso te valga como regalo.
Encima de no tener nada te voy a pedir una cosa. Solo una. Una más. Sé que te pido muchas. Te voy a pedir que me dejes a tu padre unos minutos siquiera. Sí, a San José. Y que mandes a tu padre a miles de kilómetros de distancia. Donde están mis hijos, que de facto no tienen padre. Y que dejes que San José –también- los mire embelesados. Y que les cuide, que les dirija. Y, sobre todo –por favor, Niño Jesús- que les proteja. Que les proteja en todo. De todos los peligros espirituales y temporales. ¡Son demasiados peligros los que acechan! Porque sé que tu padre es muy, muy fuerte. Mucho más que yo. Fíjate, Niño Jesús, que hasta los demonios se le someten. Quizás él incluso lo pueda hacer mejor que yo. ¿Me dejarás a tu padre unos minutos para que vaya a donde viven mis hijos y del mismo modo que él te adoptó a Ti, pueda también adoptar a mis hijos? Tú lo puedes todo y yo no puedo nada.
Y a mí déjame caer muerto aquí, a tu lado. Cuando Tú quieras y como Tú quieras. Al menos que cuando muera esté rodeado por Ti. Si quieres llévame contigo pronto, porque esto no es vivir, sino morir despacio y lentamente. Pero el cuándo lo decides Tú, que yo no soy quien para esas cosas. Imagínate a tu padre sin Ti. ¿Imposible, verdad? Pues eso: un padre sin sus hijos es muy huérfano. Muchísimo.
También te pido, Niño Jesús, que tu padre bendiga a mi exmujer. Es la madre de mis hijos. Y que la proteja a ella también. Y que la guíe, conforte y ayude en todo.
Ahora déjame quedarme aquí, a tu lado. Tengo frío y estoy muy cansado. Pero te doy las gracias por ese Angel, y esos otros ángeles –algunos de carne y hueso- que me mandaste para darme la Buena Nueva y decirme que viniera a adorarte. Si quieres, cuando mandes unos minutos a tu padre para que sea padre de mis hijos, yo también te adopto durante esos minutos. Tengo un cuchillo y una cayada. No dejaré que nadie ose atacarte. Y tengo una manta. Yo te envolveré en ella para que no pases frío. Y después de envolverte te pondré en el regazo de tu madre, que es donde mejor vas a estar. Ya verás. Y aunque no tengo gana ninguna de cantar te voy a cantar un villancico en silencio. En mi nombre y en el de mis hijos.
Gracias por haber venido a este mundo, Niño Jesús. Sin ti no seríamos nadie … Y gracias, también, por la Virgen María. Y por San José.
Tienes mucha suerte de tener un padre tan bueno y tan sabio. Que él sea padre de todos los niños que, por uno u otro motivo, no tienen padre.

Santiago, un padre huérfano

1 comentario:

jmdetorres dijo...

Sigue luchando Santiago, sigue. El amor todo lo puede. Un abrazo.